Entrevista sobre la violencia juvenil con Hilario Garrudo Hernández, Psicólogo Clínico, Psicoterapeuta y Formador de Formadores
1.- ¿Cómo podemos entender la violencia en el ser humano?
Hay que partir del hecho de que la conducta violenta es heredada de nuestros ancestros evolutivos y ha estado siempre presente en la especie humana, pero con diferentes fines y motivaciones. Así, en las sociedades primitivas tenía un carácter funcional y adaptativo y se ejercía fundamentalmente como fuente de alimentación y supervivencia o para preservar la especie y el territorio. En cambio, la violencia actual en el ser humano responde a otro tipo de causas y factores que poco o nada tienen que ver con las motivaciones iniciales. En este sentido, la podríamos entender como un intento inadecuado de resolver problemas, conflictos o situaciones vitales desagradables cuando no contamos con las habilidades o destrezas psicosociales necesarias para gestionarlas o hacerles frente de manera competente, empática y respetuosa. De alguna manera se podría afirmar que la conducta violenta en sí misma es una clara demostración de incompetencia por parte de quien la ejerce, individual o colectivamente, y en cualquiera de sus manifestaciones.
2.- Y refiriéndonos a la violencia juvenil en concreto. ¿cómo podemos interpretarla?
Es preciso considerar que la conducta violenta juvenil tiene una etiología multifactorial y no responde únicamente a una causa o factor concreto, sino que es el resultado de una serie de factores concatenados. Algunos de los factores más comunes que pueden propiciar su desarrollo son: trastornos psicológicos y de personalidad; modelos educativos permisivos o carentes de límites y normas dejando impunes determinadas conductas, especialmente por parte de los progenitores; haber sufrido o presenciado violencia intrafamiliar; fracaso escolar o metodologías de enseñanza-aprendizaje inadecuadas y desmotivadoras; consumo de sustancias, uso problemático de las TIC con acceso a web o comunidades de riesgo online de contenido violento, etc.
En todo caso, la conducta violenta es aprendida por imitación o aprendizaje vicario desde las etapas más tempranas de la vida. Su manifestación en el ámbito social es un reflejo de la propia violencia social, las desigualdades existentes, los valores imperantes como la inmediatez, la competitividad, el consumismo o el éxito sin esfuerzo, y el modelo social imperante de solución de conflictos basado en la confrontación y el uso de la violencia más o menos justificada o tolerada.
En cuanto al perfil de un/a joven violento/a, aunque no se puede generalizar, hay una serie de rasgos de personalidad que suelen estar presentes; entre ellos baja autoestima, impulsividad y búsqueda de gratificación inmediata, baja tolerancia a la frustración e incapacidad de tolerar normas y límites en los entornos familiares, escolares y sociales, falta de empatía, escasa capacidad reflexiva y tendencia a afrontar los problemas mediante la fuerza o la imposición.
La conducta violenta juvenil puede ser ejercida de forma individual o desarrollarse en grupo cuando los/as jóvenes se unen para llevar acciones violentas conjuntas con distintos fines y objetivos: autoafirmación, sentido de pertenencia, acoso, rebeldía y cuestionamiento de la autoridad o del sistema, con fines reivindicativos, etc. En este tipo de violencia la presión grupal y el uso de las redes sociales juegan un papel muy importante que hay que tener en cuenta a la hora de prevenir y atajar este fenómeno.
3.- En cuanto a las últimas manifestaciones de violencia juvenil grupal y explícita que están causando cierta alarma social, ¿en qué medida ha podido influir la situación provocada por la pandemia?
Es indudable que la pandemia, y especialmente el confinamiento que nos ha tocado vivir, está teniendo repercusiones en la conducta y los estilos de vida de las personas. Y más en la población adolescente y juvenil tan necesitada de las relaciones sociales e interacción presencial con su grupo de iguales que ha sido interrumpida. El permanecer aislados y “contenidos” en sus casas durante un período tan largo de tiempo ha podido incrementar el hartazgo, el estrés, la ansiedad y la frustración resultante que suele ser la antesala de la agresividad, pero eso no explica por sí mismo el fenómeno al que estamos asistiendo.
Desde mi punto de vista, la pandemia ha sido más un factor precipitante que predisponente de lo que está ocurriendo. De alguna manera, la pandemia ha exacerbado la conducta violenta en aquellos jóvenes que ya estaban previamente predispuestos o habituados a ejercerla, pero no en aquellos otros que ya presentaban un repertorio de conductas más adaptativas. Incluso, me consta que, para algunos de ellos, la pandemia ha podido ser un factor de resiliencia.
4.- ¿Qué puede hacer la sociedad ante este incremento de la violencia juvenil?
Creo que lo primero que podríamos hacer es reflexionar sobre el origen y naturaleza del fenómeno y porqué se manifiesta con tanta virulencia en el momento actual. Para ello es importante abandonar esa idea hipócrita de estigmatizar o demonizar a la juventud que, en su gran mayoría, tiene actitudes y conductas muy loables que para sí quisiéramos las personas adultas.
El comportamiento de la población infanto-juvenil, para lo bueno y para lo malo, también es resultado de todo lo que la sociedad adulta les hemos trasmitido y enseñado en todos los contextos de aprendizaje, formales y no formales. Sin olvidar que, en muchos casos, ellos y ellas también son víctimas de esos malos aprendizajes y de los modelos inadecuados ofrecidos, y a los que han sido expuestos, para la solución de problemas y conflictos ya sea en el ámbito familiar, escolar o comunitario. Cuando ejercen la conducta violenta, en muchos casos, no hacen más que reproducir lo que les hemos mostrado.
Como conclusión, si admitimos que el aprendizaje y la adquisición de la conducta violenta se produce, prioritariamente, en la primera y segunda infancia, para prevenirla no podemos esperar a que la persona llegue a la adolescencia o juventud, sino que habrá que implementar y llevar a la práctica actuaciones educativo-preventivas lo más precozmente posible. Y esa es tarea de todos, madres y padres, agentes educativos en contextos formales e informales, medios de comunicación, instituciones y representantes políticos.